viernes, 9 de agosto de 2013

Me siento frágil, con el presentimiento de que todo me puede hacer daño, por más pequeña e insignificante que sea la situación. He estado escapando de mi mismo, intentando evadir el miedo, el dolor, las lágrimas, los malos recuerdos. He aprendido que a veces es mejor callar, pero la cuestión es saber cuando y que callar. Tal vez por mi inocencia, mi terquedad o por prevenir un caos peor al actual, nunca he sabido cuando y que callar, por esa razón mi garganta y mis venas están rotas. Aunque usted piense que lo que acaba de leer es otra manera de negarme a mi mismo que detrás de la fragilidad que trato de describir hay algo más, se equivoca, simplemente estoy vulnerable, sólo trato de mentirle al mundo con mi sonrisa mientras mi mirada refleja mi realidad, pues quizás así, los demás no traten de aprovecharse de mi condición porque no creo que sea lo suficientemente fuerte para soportar un golpe más.